jueves, 24 de enero de 2008

Psiquiatría política


Esquizofrenia latente era el término que inventaron los psiquiatras de la antigua URSS para justificar el enclaustramiento en clínicas psiquiátricas de castigo, donde se torturaba, de miles de disidentes o espíritus críticos con el sistema comunista de entonces. El instituto Serbsky de Moscú dio cobertura pseudocientifica a la lógica simple que les marcaban los dirigentes políticos: los que se oponían a la línea política oficial eran considerados como propagadores de ideas perturbadas, es decir, eran convertidos en enfermos mentales peligrosos que debían ser apartados de la sociedad. Así se conceptualizó este síndrome que ponía a cualquier ciudadano bajo sospecha, solo bastaba con que manifestara ideas críticas al régimen, que participara en manifestaciones, que redactara cartas de protesta o denunciara públicamente cualquier abuso. Se consideró, además, que era una deformación genética del pensamiento -, hereditaria, por tanto-, y que todo aquel que era diagnosticado alguna vez de padecerla podía a lo sumo quedar libre de sintomatología temporalmente, pero la enfermedad en sí misma era en incurable. Por eso los internamientos duraban unos cuatro o cinco años al menos y siempre quedaba latente la amenaza de volver a ser internado.

Quizá penséis que de esto hace mucho tiempo pero curiosamente esta práctica comenzó en 1959, cuando Nikita Kruchev criticaba los abusos del estalinismo, y abarcó la década de los sesenta y los setenta del siglo XX. En 1971 el disidente Vladimir Bulovsky consiguió pasar a Occidente documentos que probaban este inicuo uso de la psiquiatría en la URSS y otros países del este, pero los organismos psiquiátricos internacionales tardaron mucho en denunciar estas prácticas y hasta 1977 el congreso Mundial de Psiquiatría no hizo una censura oficial. La directora actual del instituto Serbsky, Tatiana Dimitrieva, mantiene la opinión de que no hubo ningún abuso político sistemático en su especialidad y la psiquiatría oficial rusa no ha hecho ningún tipo de autocrítica. Los médicos que participaron en tales acciones abusivas, si no se encuentran jubilados por edad, siguen ocupando puestos importantes y revestidos de dignidad. En China parece que se están utilizando actualmente métodos similares que nadie critica especialmente.

Leo estas cosas en el último número de Mente y Cerebro la magnífica revista de neurociencias que podéis encontrar en cualquier kiosko y me hace pensar sobre el asunto de la ética médica. A veces nos creemos especiales pero por desgracia el siglo XX ha demostrado que todo poder autoritario ha encontrado médicos, generalmente los más prestigiados (que lo eran precisamente por eso) que lo apoyen y le den cobertura ideológica. Nuestra aparente mentalidad científica muy a menudo está sesgada por sistemas cerrados de creencias u otros intereses o presiones de todo tipo. En nuestro país la dictadura franquista también tuvo una psiquiatría oficial que le dio cobertura y que tampoco ha hecho demasiada autocrítica (podéis leer sobre el tema en el tercer tomo de la Historia de la locura en España deEnrique Gonzalez Duro. Temas de Hoy 1996).

Por eso hay que mantenerse alerta, aprender de la historia y no justificar fácilmente el silencio o la colaboración con situaciones que vayan contra los derechos humanos. Sobre todo porque también muchos otros en la misma situación no claudicaron. Y porque gracias a ellos podemos valorar la importancia y la fragilidad de vivir en sociedades más abiertas que permiten la crítica y el intercambio de ideas. Lo que exige el compromiso de defender un pensamiento libre que es el que nutre la auténtica ciencia y que debe resistirse a cualquier intento de manipulación.