Es el libro estrella de la biblioteca James Lind (que os recomiendo visitar) y os aseguro que tras leerlo , vuestra visión acerca de lo que ocurre cada día con la prescripción de fármacos que no han probado ser nada eficaces , cambiará para siempre.
Como muestra del libro os dejo un pasaje:
No hay manera de saber cuándo están completas nuestras observaciones
acerca de los sucesos
complejos de la naturaleza. Como bien lo señaló Karl
Popper, nuestro conocimiento
es finito, pero nuestra ignorancia es infinita. En
la medicina, nunca podemos
estar seguros de las consecuencias de nuestras
intervenciones; tan solo
podemos reducir el margen de incertidumbre. Esta
confesión no es tan
pesimista como suena: las afirmaciones que resisten un
escrutinio intenso y repetido
a menudo resultan muy fiables.
Tales “ verdades funcionales”
son los elementos con los que se construyen las estructuras razonablemente
sólidas en las que se apoyan nuestras acciones diarias a la cabecera del
paciente.
William A. Silverman. Where’s the evidence? (1998)
Para los que creen que los tratamientos de hoy en día son horripilantes les dejo este texto:
LA MUERTE DE REY CARLOS II
Sir Raymond Crawfurd (1865-1
93 8) escribió un relato vívido de la muerte
del rey Carlos II en 1685.
El rey había sufrido un ataque de apoplejía.
Sus médicos de inmediato se
pusieron en acción, con una diversidad de
tratamientos a cual más
despiadados:
“Le extrajeron 16 onzas de sangre de una
vena del brazo derecho, con un
buen efecto inmediato. Según
la práctica aprobada en aquel tiempo, se
permitió al rey quedarse en
la silla donde lo sorprendieron las convulsiones.
Le mantuvieron los dientes
abiertos por la fuerza para que no se mordiera la
lengua. El régimen
consistía, según lo describe sucintamente Roger North,
en lograr primero que
despertara y después evitar que se durmiera. Se
habían despachado mensajes
urgentes a los numerosos médicos personal es
del rey, que acudieron con
prontitud para atenderlo; se les convocó sin
reparar en las distinciones
de credo y postura política, y ellos acudieron.
Ordenaron que se le aplicaran
ventosas en los hombros sin demora, y que
se realizara una escarificación
profunda, con la cual lograron extraer otras
ocho onzas de sangre. Se
administró un potente emético de antimonio
[un medicamento para
provocar el vómito], pero como tan solo pudieron
hacer que el rey tragara una
pequeña porción, decidieron duplicar la
seguridad del tratamiento
con una dosis completa de Sulfato de Cinc. Le
dieron purgantes potentes,
complementados con una sucesión de clisteres
[enemas]. Le cortaron el
pelo al rape y le aplicaron sustancias vesicantes
cáusticas en toda la cabeza.
Y por si todo ello no fuera suficiente, también
se solicitó el cauterio al
rojo vivo.
El Rey pidió disculpas por ‘tardar
un tiempo desmedidamente largo en morir’. “
Crawfurd R. Last days of Char es II. Oxford: The Clarendon Press
, 1909.