Desconectar, en su acepción más humana, según el Diccionario de la RAE, significa “Dejar de tener relación, comunicación, enlace, etc.”. Eso es lo que he intentado este puente de la Constitución huyendo de mi ordenador, de mis enfermos, de mi casa, de mi ciudad, de mis paranoias. Para ello, elegí Albarracín, en la provincia de Teruel. Andaba yo con ganas de visitar el Nacimiento del Rio Tajo y aprovechamos este largo fin de semana para cumplir mi deseo. Me gusta conocer el nacimiento de los ríos. Me hipnotiza ver el agua manar de entre la nada, salir de la tierra mansamente y asombrarme del caudal que alcanza tierras abajo. Es el misterio de lo infinito, de lo inagotable. A veces pienso que en cualquier momento parará de brotar, pero siempre continúa. Ha sido un fin de semana lluvioso y ventoso, y las nieves de los últimos días han convertido la serranía en una estampa blanca y fría. Arroyos, riachuelos y ríos pequeños corrían rápidos y espumosos buscando sus cauces naturales ( “que van a dar en la mar que es el morir”, como dijera Jorge Manrique en las “Coplas a la muerte de su padre” ). Pero no era éste el tema que me traía al blog. Pretendía hacer una reflexión sobre qué es “desconectar” para los médicos. A menudo, unos más que otros, nos llevamos a casa los enfermos, en forma de tensiones, de frustraciones, de errores imperdonables, de sensaciones extrañas que nos oprimen, que nos impiden conciliar la vida personal y familiar. No es infrecuente escuchar lo aburrido que somos los médicos, siempre hablando de lo mismo, la pobreza de nuestras conversaciones y lo inaguantables que nos ponemos cuando en el grupo hay más de un galeno. Decía W. Osler, frase que han acuñado otros muchos, intentando animar a los médicos hacia una concepción más humanista ( y por tanto más rica ) de la profesión que “el médico que sólo sabe medicina, ni medicina sabe”. A veces, es todo lo contrario, son los contínuos recuerdos por los éxitos clínicos obtenidos en la semana: diagnósticos brillantes, sorpresas de pruebas complementarias o cualquier loa recibida de enfermos o compañeros. "Sin embargo, este sentimiento embriagador de haber cumplido todos los objetivos se paga con un empobrecimiento interior", tal como señala la psicoanalista María Laura Colón.
Para muchos sociólogos, la dedicación plena al trabajo está, muchas veces, reñida con la productividad. Existen empresas dónde los trabajadores tienen terminantemente prohibido llevar trabajo a casa, y ni siquiera “echar” horas extras gratis les está permitido. La dedicación plena, exclusiva y única, lleva a la quemazón temprana ( burn-out ), al Trastorno Adaptativo ( subdepresión para otros ) y, en definitiva, a la larga, al bajo rendimiento, a la baja productividad.
En estas ambigüedades los médicos estamos atrapados: si te dedicas en exclusiva, tarde o temprano, serás mal médico; si no te dedicas en exclusiva, aunque te lo pida el cuerpo, no te sentirás totalmente honrado. Encontrar el punto de equilibrio es la clave. Es fácil decirlo. Yo llevo muchos años diciéndomelo a mí mismo sin conseguirlo. Al menos este largo fin de semana he conseguido no estar “subdeprimido”.
Para muchos sociólogos, la dedicación plena al trabajo está, muchas veces, reñida con la productividad. Existen empresas dónde los trabajadores tienen terminantemente prohibido llevar trabajo a casa, y ni siquiera “echar” horas extras gratis les está permitido. La dedicación plena, exclusiva y única, lleva a la quemazón temprana ( burn-out ), al Trastorno Adaptativo ( subdepresión para otros ) y, en definitiva, a la larga, al bajo rendimiento, a la baja productividad.
En estas ambigüedades los médicos estamos atrapados: si te dedicas en exclusiva, tarde o temprano, serás mal médico; si no te dedicas en exclusiva, aunque te lo pida el cuerpo, no te sentirás totalmente honrado. Encontrar el punto de equilibrio es la clave. Es fácil decirlo. Yo llevo muchos años diciéndomelo a mí mismo sin conseguirlo. Al menos este largo fin de semana he conseguido no estar “subdeprimido”.