contemplan a la medicina de la época.
En estos días de vacaciones de Navidad he releído un libro que ya había leído antaño ( cuando era adolescente hace ya más de “taytantos” años ). Se trata de El Arbol de la Ciencia, de Pío Baroja. Ni que decir tiene que la perspectiva me ha cambiado totalmente. A penas puedo recordar lo que percibí cuando lo leí entonces y, aún ahora, tengo muchas dudas sobre el mensaje que nos quería transmitir Baroja ( damos por hecho que los escritores quieren comunicarnos pensamientos e infundirnos ideas y estatuarios, pero no siempre es así; si no, comprobad las páginas que existen en la red de personas intentando interpretar los escritos de Borges, cada uno le da un sentido, una explicación a las palabras, sin saber ciertamente si Borges quiso transmitirnos esa idea; en otras ocasiones, es sencillamente ininteligible, como por ejemplo lo fue para mí el intento de lectura de “Ulysses”, de Joyce, aunque no debo ser un extraño cuando este mismo comentario es popular dónde le veneran, Dublín). Andaba yo, como digo, intentando leer y entender las palabras encadenadas que nos dice Pío Baroja, y me llamó la atención una de las elucubraciones sobre las distintas formas de amarse las parejas. Habla del amor “homeopático” y el “alopático”, me explico, o mejor dicho, se explica. Amor homeopático es el que se da entre las parejas que buscan su par genético ( pelo parecido, complexión física parecida, gustos parecidos, personalidades parecidas ) y se identifican con personas soberbias, alto grado de autoestima, exentos de sentimientos de culpabilidad que buscan dominar lo que conocen bien ( o a quién conocen bien ); esta última reflexión es de mi cosecha. Defiende la teoría de que lo semejante se cura con lo semejante. Frente a él se encuentra, pone Baroja en boca de sus personajes, el amor alopático, el que se da entre las parejas desiguales, buscando en el otro su antídoto, su contrapuesto, su complemento. Según esta teoría, éste último es el de los individuos con gran sentimiento de culpa, humildes, escasa autoestima. Lo contrario se cura con lo contrario. Por más que lo introyecto y lo proyecto en amigos, parejas de amigos, hermanos y conocidos, esos estereotipos no me cuadran. Son tantos los detalles que influyen en las decisiones que toman las parejas para vivir juntas, temporal o permanentemente, que los clichés no funcionan. En la vida rutinaria estamos continuamente encuadrando, enmarcando, encasillando a las personas por sus acciones, expresiones o aspecto externo. A menudo nos equivocamos cuando les conocemos en profundidad y un gran sentimiento de decepción nos invade entonces. Es por eso que nos sorprende que fulanito de tal se ha separado de menganita, “si parecían los amantes de Teruel”... O, no sé cómo fulano y mengana se han casado, si son incompatibles. Los pensamientos, el conocimiento de las personas es muy complejo e indeterminado, no sigue normas. Tal vez esa sea la grandeza del ser humano. Mientras tanto, yo me pregunto por qué con todas las ideas interesantes que aporta el libro, me he parado a reflexionar en ésta. Mejor así, no vaya a ser que la próxima vez que algún amigo me pregunte sobre cómo va mi vida en pareja, le conteste impertérrito: “alopáticamente bien, gracias”.