El estatus social en sociología describe el honor y prestigio social que conceden a un determinado grupo otros miembros de su sociedad. Los grupos de estatus conllevan por lo general un estilo particular de vida, es decir pautas de comportamiento que siguen sus miembros. El privilegio que concede una posición puede ser positivo o negativo. El estatus permite, en las relaciones interpersonales, saber el marco o conjunto de comportamientos que se espera de ambos actores sociales. El estatus varía según el tiempo y el grupo al que se pertenece. Al estatus también está asociado un grado o nivel de prestigio determinado que esta distribuido en forma diferencial de acuerdo al que la persona tiene. Sin embargo, se pueden producir una inconsistencia de estatus social cuando se produce discrepancia entre como el estatus es valorado en una área en relación a otra. La mayoría de la población desprecia o rechaza a los que ocupan la posición de parias.
El nivel de estatus se representa socialmente en multitud de signos externos que, como la comunicación no verbal, muy pocas veces engañan. Tienen que ver con el control del tiempo y con la comodidad. El jefe de una empresa, aunque trabaje mucho, tiene más control sobre su trabajo que su subordinado (por eso suele estresarse menos) a la vez que muchas más comodidades (despacho más grande, mayor nivel de información, posibilidad de contratar ayudantes, facilidad para los desplazamientos, mayor sueldo, etc).
Sociología, Anthony Giddens. Alianza editorial Ciencias sociales 2000
Wikipedia
Tengo 50 años y llevo 23 trabajando en el sistema de salud. Estoy de guardia en un cuchitril que huele mal, es oscuro y está sucio. La gente no para de venir desde las tres de la tarde con consultas triviales que tiene desde hace días y que pretende solucionar en el momento porque es su derecho o eso creen, ya que nadie les ha dicho como deben utilizar este servicio. Esta mañana he visto 70 pacientes en la consulta de mi cupo porque al parecer alguien ha decidido que las agendas tienen que estar abiertas hasta el final de la mañana para cualquier cosa, sea importante o no. Esta tarde-noche puedo ver otros cuarenta (las otras dos compañeras verán otros tantos) incluidas urgencias graves o avisos a domicilio igualmente triviales. Me traigo la bata y el pijama de casa y si ahora me mancho de sangre tendría que ir a cambiarme a casa y lavar la ropa en mi lavadora porque aquí no hay lencería (solo sábanas). Los dormitorios son comunes para dos o tres personas y por supuesto nos tenemos que hacer la cama. El techo de algunos dormitorios está agujereado y a veces corren las ratas. En algún caso de los agujeros gotea un líquido oscuro y hay que poner toallas en el suelo para que no haga ruido y permita dormir. En otros dormitorios hay almacenado material sanitario que apesta un aire que se puede cortar con un cuchillo. Solo hay una ducha para todos, en la que no nos podemos duchar nadie, y una raquítica sala de estar en la que apenas cabemos todos los de la guardia a la vez, al menos 10 personas. Teóricamente hay que comer en una antigua biblioteca sin ventanas y atestada de legajos llenos de telarañas. Cuando salimos a domicilio conducimos un coche oficial al que los guardias municipales ponen multas a nuestro nombre, si está mal aparcado (y no es fácil aparcar en la ciudad si uno va aun aviso). Al parecer en años nadie se ha preocupado de solucionar ese problema. Los pacientes se sientan en sillas azules llenas de lamparones por vómitos antiguos o recientes. Esto ocurre en el único servicio de urgencias de atención primaria de C.Real, una ciudad de casi setenta mil habitantes casi veinte años después del inicio de la reforma de la atención primaria.
Nos pueden contar cuentos pero deberíamos atender a los signos de estatus como atendemos a un leve crepitante en un paciente con tos y fiebre. La importancia real que tenemos tiene que ver con la comodidad con la que podemos hacer nuestro trabajo, con lo que esperan de nosotros nuestros pacientes. ¿A alguien se le ocurriría decir que un (buen) cirujano puede operar en una mañana lo mismo 5 que 15 pacientes?, ¿se lleva la lencería a lavar a su casa?, ¿se dejaría operar por él alguien importante?. ¿A alguien se le ocurre que un cardiólogo puede ver 50 pacientes en una mañana?, ¿ve esos pacientes algún cardiólogo relevante?. Quizá todo puede ocurrir en este país. Pero no es lo normal. Por eso existen las peonadas y las listas de espera en los hospitales. Sí lo es en atención primaria. Y la situación va a empeorar porque faltan médicos y los cupos se acumulan cada día en mayor número. Aunque entre nosotros cada vez haya más diferencias de estatus y desde el que tenemos observamos lo que ocurre a los demás como por el ojo de una cerradura.
Podemos dejarnos intoxicar por cuentos; por alma-atas de chocolate; por milongas de que somos la puerta de entrada más eficiente y mejor valorada de la mejor sanidad pública del mundo. Pero deberíamos observar nuestros signos de estatus. Preguntarnos porqué mucha gente piensa que una consulta de primaria la pasa cualquiera (y la pasa cualquiera otra cosa es cómo); porqué no se da por supuesto que se precisa de un cierto tiempo para hacer bien las cosas que se supone que un médico de familia hace; porque no se procuran ciertas condiciones de comodidad y control que permitan limitar los errores y propiciar la formación y el desarrollo profesional a largo plazo; porque se nos pone en una situación en la que ineludiblemente se producen conflictos irresolubles que van deteriorando nuestro prestigio y nuestro carácter; porqué tenemos que estar peleando siempre por lo evidente, por lo básico, contra lo más cutre, por no ser la bolsa de basura de todo el sistema; porqué en esta situación precisamente sobreviven mejor los peores profesionales y los peores gestores.
Me he creído cuentos. He contado cuentos. Pero quizá ha llegado el momento de prestar atención a los hechos. Solo a los hechos. Y avanzar desde ahí paso a paso. Una lista de pacientes razonable; lencería adecuada; información clara de lo que servicio de salud puede ofrecer realmente a la población por quien corresponde hacerlo; respeto por nuestro trabajo y por nuestra salud, buenas instalaciones; valoración del trabajo bien hecho, … algunos miles de euros para asesores externos que nos procuren ideas frescas, signo inequívoco de estatus (http://www.elpais.com/articulo/espana/Generalitat/rebaja/euro/contratos/burlar/ley/elpepiesp/20080330elpepinac_7/Tes
7 comentarios:
también tengo 50 años, también llevo 30 de posgraduado, también soy especialista, nefrólogo, también me he matado a estudiar y me considero mucho mejor médico que los ayudantes del Dr. House (donde va a parar, coño!)y efectivamente también estoy hasta los COJONES del "mejor" sistema de sanidad pública del MUNDO.
Se me olvida, trabaja en un hospital de tercer nivel y es bastante parecida la cosa, aunque sin ratas
Este post me trajo a la memoria mi historia del colacao:
http://gofiococido.blogspot.com/2006/09/historia-de-un-colacao-o-del-sapo-que.html
Y su desenlace:
http://gofiococido.blogspot.com/2006/09/el-retorno-del-colacao-el-presidente.html
La has clavao... es una cuestión de prestigio.
Pero recuerda... el prestigio lo da el sueldo (y la corbata). A lo mejor nuestro problema es que no llevamos corbata. :-)
¿Y por qué no llevamos corbata?
Porque nos importa un pimiento la vestimenta, porque somos furcionarios y nos pagan (y nos tratan) igual de mal haciendo las cosas bien, mal o regular.
Estaré dispuesto a vestir como un pimpollo cuando paguen incentivos adecuados por hacer las cosas bien. Mientras tanto estoy más cómodo sin corbata.
Lo de la corbata y el traje es una chorrada. El prestigio lo da simple y llanamente el dinero: tanto tienes, tanto vales. Si te bajas de bajases de un ferrari, con unas chanclas, una camisa hawaiana y unas bermudas de Armani, tus pacientes dirían que vas muy elegante, que eres un médico cojonudo. Si te ven llegar a su casa en un coche mugriento o pasas consulta en un cuchitril sin ventilación, ya puedes llevar la corbata y el traje que quieras, que pensarán que te pones la ropa del domingo para pasar consulta.
Desde luego hay muchas cosas que cambiar, pero quizá lo primero a cambiar no sea el servicio de salud, sino nuestras mentes conformistas, resignadas y "santas". Ha llegado la hora de decir las cosas altas y claras, y en público y para el público (no llorar a nuestros compañeros, al director del centro o al gerente del área), para que sea el público (centro del sistema) es que se haga consciente del malfuncionamiento del sistema y luche por cambiarlo.
Hasta ahora han coartado nuestra libertad de expresión, pues los periódicos no suelen hacerse eco de nuestra visión del problema.
Felicito al autor del blog y os invito a visitar el mío:
http://mimagnificopediatra.blogspot.com
Me encanta vuestro blog y todo lo que contáis en él.Os leo todos los días y hoy diré algo.
El prestigio lo tiene uno mismo, no depende de una vestimenta o de un coche, es el "savoir faire" que dicen los franceses.Es algo innato y que se desprende de uno mismo. Lo que pasa que no se puede pasar la consulta con "ciertas pintas" que algunos tienen o llevan al centro de salud.Por lo demás, bien arregladito y siendo un gran profesional, como si vas en bicicleta....
El prestigio no lo tienes por el hecho de ser médico.EL ombligo del sistema!!!, no somos eso!!!. El prestigio hay que ganarlo con el saber hacer y eso está por demostrar. El estatus social es un mero asunto económico; sobre él no quiero participar máxime si haciéndolo nos acerca. Leyéndote me siento un "alienígena" .
por supuesto que siempre se va encontrar con esta incogruensias, por desgracia en la sociedad todo es igual que su creador, humanos imperfectos que no saben como encontrar el equilibrio entre nosotros mismos.
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