La Utopía

Ella está en el horizonte. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos.
Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré.

¿Para qué sirve la utopía?
Para eso sirve: para caminar
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(Ventana sobre la Utopia. Eduardo Galeano.

CREO EN LA UTOPIA PORQUE LA REALIDAD ME PARECE IMPOSIBLE

lunes, 23 de junio de 2008

Orbita pegajosa



El joven médico, realmente ya algo maduro, no podía quejarse dadas las circunstancias: no estaba mal situado. Había conseguido sacar las últimas oposiciones y ya tenía una plaza fija en un pequeño pueblo que, aunque distaba casi ochenta kilómetros de la capital donde vivía, era relativamente tranquilo, lo que en estos tiempos de consultas colapsadas era sin duda un privilegio. Eso le decía todo el mundo, su mujer, su amigo que trabajaba en Madrid y que decía consumirse entre atascos y emigrantes, su padre un enfermero que terminó harto del hospital. ¡Tú sí que tienes suerte chaval!, ¡lo tuyo sí que es vida, calidad de vida!.


Calidad de vida, se lo repetía cada mañana cuando se despertaba con una leve y persistente angustia que no se iba del todo con el agua de la ducha, que cada vez demoraba más antes de coger el coche y deslizarse por la carretera, tan vacía a partir de un punto, como si se internara solo en un territorio ignoto, frío a pesar del sol que iluminaba las viñas en verano, amenazante en las nieblas de enero.


No tienes nada de qué quejarte, te va mejor que a la mayoría de la gente, sigues estudiando, muchos pacientes te aprecian, el consultorio es nuevo, la enfermera es estupenda, te regalan huevos frescos de vez en cuando. Cada vez se lo repetía con más frecuencia: cuando subía las cuestas de las calles blancas con viejos de ojos transparentes en las puertas, ya sin nada que hacer a las diez de la mañana con el tiempo que les quedaba de vida; cuando aparecía por la consulta, día tras día, la misma gente herida de soledad y pérdidas a las que hacía recetas y recetas que le exigían con pertinacia, con desapego, con cariño, con hostilidad.


Quizá se estaba quemando, no le ocurría esto al principio cuando hasta se preocupaba porque venía poca gente a la consulta y tenía tanta ilusión, tanta energía que se imaginaba así toda la vida y se sentía feliz. ¿Toda la vida?, ¿hasta cuando el rio de la carretera internándose en el corazón de la niebla?.


Algunos días pensaba que quizá fuera bueno intentar un cambio, pero no había traslados a la vista y no era seguro que tuviera posibilidades de ir a un sitio mejor, y no podía perder una plaza fija. Un amigo le hablo de que lo podían contratar en la puerta de un hospital cerca del mar, cerca de teatros, de ser el cirujano que siempre quiso ser, de librerías, de gente chispeante con la que hablar hasta la madrugada, cerca de motivos para escribir una novela. Pero ¿dónde ir ahora que nos hemos comprado el piso y el niño acaba de nacer?, ¿donde ir ahora que ya los chicos están en la universidad y necesitan tanto dinero?, ¿donde ir ahora que ya solo me faltan cinco años para jubilarme y casi estoy recogiendo los trastos?, ¿Dónde ir con lo bien que hemos vivido?.

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La vida es un paisaje rugoso, con montañas y valles que vamos recorriendo sin cesar a través del tiempo. Nunca nos paramos pero a veces al llegar a una cumbre vislumbramos otra parte del paisaje, quizá muy lejana, que nos resulta apetecible. Pero habría que volver a bajar, desandar el camino recorrido durante muchos años y buscar ese lugar que quizá solo sea apetecible en la distancia. Si hemos pasado mucho tiempo moviéndonos en un determinado lugar, si hemos invertido mucha energía en construir una determinada manera de vivir, tenemos el riesgo de caer en una órbita pegajosa, nos puede costar mucho esfuerzo salir de allí aunque ya no estemos a gusto. Y además, ya se sabe, la niebla puede aparecer y borrar los contornos y hacernos olvidar lo que realmente queremos. Entonces habría que echar mano del apetito faústico pero de eso hablaré otro día.