-Un artículo muy clarificador de la situación del Sistema sanitario,
se ha publicado en El país, por Costas Lombardía y R. Escudero:
¿Deberíamos ir pensando de una vez en hacer algo CONJUNTAMENTE , en todo eL TERRITORIO NACIONAL (no sólo enMadrid) , involucrando a sanitarios y pacientes en la defensa de la Sanidad Pública? . Creo que ya va siendo hora, porque , si no actuamos, cuando queramos apagar el fuego, todo se hallará reducido a cenizas.
. Desde hace meses, el Sistema Nacional de Salud en
bancarrota recorta a fondo lo necesario y escatima lo imprescindible. Es
ya un sistema mermado e insolvente que, sitiado por las necesidades de
asistencia y por los acreedores, cada día requiere más artificios para
sostenerse vacilante. El ahogo financiero le dio una vuelta de campana
(del todo a todos gratuito pasó a una brusca e inclemente estrechez y de
atender a todos los ciudadanos a solo los asegurados), que acentuó sus
graves fallos de funcionamiento y ha dislocado sus principios
esenciales, criterios políticos y sentido de la cohesión social. La
sanidad pública, claro, no volverá a ser como era antes de la crisis y
su futuro, siempre nublado, es ahora oscuro y espinoso.
2. No hay, sin embargo, signos de intranquilidad en
los rectores políticos del sistema. Al parecer, hechos los recortes que
disfrazan de reformas, el porvenir no les preocupa. Una indiferencia que
es, además de imprevisión culpable, una forma cómoda de cerrar los ojos
a los nuevos compromisos que sin remedio van a llegar. Porque este no
es el momento de esperar a ver lo que pueda venir sino de buscarlo y
conocerlo, siquiera atisbarlo examinando algunas de las circunstancias
que hoy envuelven al sistema:
a) Financieras. La recesión y el descenso de los ingresos
fiscales estrecharán durante no pocos años el cerco al gasto público
impuesto con dureza por los mercados. Se ha restaurado el horror al
déficit y ajustarse a los presupuestos será una exigencia sin excusa.
b) Económicas. La oferta se cercena (menos medios, menos
personal, menos inversiones) mientras el incesante progreso tecnológico y
el creciente número de enfermos crónicos seguirán avivando la demanda.
Con recursos más escasos, diríamos que dos veces escasos (presupuestos
disminuidos y sin posibilidad de endeudarse) el Sistema tendrá que
afrontar una demanda acelerada y sin límites naturales.
Reducir e incluso eliminar la ineficiencia del sistema significaría solo una ayuda momentánea
c) Sociales. El ciudadano enfermo es atendido en su lugar de
residencia y naturalmente cada enfermo solo puede enjuiciar la
asistencia que recibe, es decir la de su barrio o su pueblo. No puede
ver y menos traer la de más allá, no puede comparar. Así, en un sistema
nacional de salud se producen numerosas opiniones disgregadas que
difícilmente pueden llegar a formar una opinión pública consistente y
activa. Por eso no cabe esperar que la desmejora de la sanidad pública
provoque una protesta social eficaz.
d) Políticas. El sistema ya no es el mejor del mundo, como
los políticos antes proclamaban, que vivía en una continua alegría
financiera y era un germen de votos para los partidos en el poder. En
los próximos años habrá de ser administrado con medidas impopulares. El
éxito abandonó al sistema, que será menos deseable para los políticos.
e) Los médicos. Con el enfermo, protagonizan el sistema.
Cuentan con prestigio social y poderes singulares (deciden el gasto
sanitario y definen los enfermos) suficientes para intervenir, o al
menos influir, en el curso del sistema. No los ejercen, sin embargo,
seguramente por un exceso de individualismo y conformidad. Ahora los
recortes y la intransigencia con que se imponen han movido a los médicos
y a los enfermeros a hacer huelgas y echarse a la calle en varias
autonomías. Un hecho insólito y significativo. Tienen mucho que decir y
fuerza real para hacerse oír, aunque hasta hoy haya sido poco o nada lo
que han conseguido. Dan la impresión de que actúan conteniéndose, de que
no quieren llegar hasta donde podrían llegar, como si hicieran huelga
más para mostrar indignación que para ganarla.
No hay evidencia alguna de que la provisión pública de asistencia sea menos eficiente que la provisión privada
3. Estas circunstancias no invitan al optimismo.
Anuncian que continuará el tiempo de penuria y que los cambios en el
sistema, indispensables para sostenerlo en el futuro, serán difíciles:
los ciudadanos no pueden y los profesionales sanitarios no se atreven a
crear la presión social necesaria para mover a los políticos, y el
quebranto del sistema por los cismas nacionalistas y las disensiones en
sanidad entre las autonomías supone otro obstáculo notable. Pero la
reforma del Sistema Nacional de Salud es ya moralmente exigible a los
Gobiernos por los imperativos de igualdad social y de solidaridad. Nada
podría justificar el abandono, ni aun el retraso, en salvar un sistema
que no avanza sino que se desliza hacia el futuro por simple inercia y
tal como está: roto, decadente, inequitativo, opaco, sin rumbo y sin un
duro, con acreedores aguardando. ¿Cómo podrá afrontar la demanda de
asistencia siempre en crecimiento?
4. No pocos políticos confían, o les conviene decir
que confían, en que una mayor eficiencia mejorará las cosas: una gestión
rigurosa y competente, aseguran, evitará el actual despilfarro, de tal
modo que el sistema podría obtener de sí mismo los recursos necesarios
para salir del agobio y afirmar el porvenir. Vana esperanza. La
eficiencia, que podríamos definir como alcanzar el fin (atender a los
enfermos) al menor coste, es una obligación moral: el dinero de los
contribuyentes usado para financiar un servicio público debe rendir al
máximo su valor, particularmente en sanidad, donde la escasez
irremediable de los recursos determina que la decisión explícita de
dedicarlos a un paciente suponga la decisión implícita de negarlos a
otro (Williams). Pero en ningún sistema sanitario del mundo, incluido el
norteamericano, cuyo malgasto es proverbial, la ineficiencia existente,
expresada en ahorro posible, puede ser tan elevada que su rebaja o
incluso su eliminación (algo utópico) signifique más que una ayuda
momentánea (y conviene recordar aquí otro hecho: no hay evidencia alguna
de que la provisión pública de asistencia sea menos eficiente que la
provisión privada).

5. Entonces ¿cómo se sostendrá la sanidad pública en
los próximos años? Pues malamente, apoyada en el racionamiento por la
espera, es decir, prolongando más y más las listas de espera, que
remansan la demanda y, cuidadosamente ocultas o manipuladas por los
políticos, hacen poco visibles los recortes. Así, el sistema no negará
nada a los enfermos, salvo la oportunidad de su asistencia: pasarán
meses sin ser tratados, pero el retraso solo lo conocerá y sufrirá cada
enfermo individualmente. No será un hecho social que llegue a la calle.
El sistema mantendrá la ficción de que es capaz de atender todas las
necesidades de todos los ciudadanos (Syrett). La realidad quedará
escondida y los políticos aliviados. Pero la espera, cuando se prolonga,
además de desatender el dolor y la incertidumbre del enfermo,
multiplicar las visitas a urgencias y quizá complicar la dolencia, mina
las raíces del sistema, porque:
a) desacredita la sanidad
pública (la espera siempre se percibe como un síntoma de mala calidad) y
estimula el uso de la privada: en Reino Unido se ha estimado que la
probabilidad de contratar un seguro privado aumenta el 2% cuando las
listas de espera suben una persona por mil de población (Besley);
b)
fomenta las desigualdades sociales: los ciudadanos con poder, en
especial los políticos y los acomodados, pueden saltarse la espera con
influencia o dinero o primas de seguro, y los pobres, no; solo estos la
padecen; y
c) tiene notables costes económicos por pérdidas de
utilidad y de productividad que, en 1986 y también en Reino Unido,
fueron valoradas (Cullis) entre el 9% y el 16% del gasto total del
National Health Service.
6. Entretanto, la sanidad privada hace su trabajo y
crece cada año. Cuenta con más de 10 millones de asegurados y alcanza un
volumen de negocio alto, alrededor del 30% del gasto sanitario total de
España. No es, pues, una sanidad marginal ni de mala calidad, es
simplemente insolidaria: está constituida por empresas mercantiles cuya
vida depende del beneficio que obtengan. Es un ámbito donde “el dinero
habla” antes que el enfermo. Aquí la equidad es un concepto extraño, sin
valor, y el acceso a los cuidados y la cobertura dependen de la
capacidad y voluntad de pagar. Favorecida por los recortes compulsivos
del gasto público y por los Gobiernos del Estado y las autonomías de
ideología liberal, la sanidad privada marcha ahora por un camino llano y
claro.
Enfrente, el sistema público está en un momento crítico: o los
políticos deciden sostenerlo reconstruyéndolo sin demora o, refugiado en
las listas de espera, sufrirá una deslegitimación social progresiva,
empobreciéndose hasta que pronto pierda su núcleo más íntimo y propio,
donde están la solidaridad, la equidad, la cohesión social y la
justicia, es decir, todo